El
viernes pasado quedé en un sushi “nait” con mis amigas de la escuela superior.
Hace 7 años que nos graduamos de “jai skul” en Cayey y hemos mantenido contacto
hasta el sol de hoy. Incluso nos vemos por lo menos 1 o 2 veces al año para
estos “reencuentros” en donde solemos estar todos los del grupo de amistades,
incluyendo los varones, para contarnos nuestras penas y glorias desde la última
vez que nos vimos.
Cada
encuentro es como una terapia, un grupo de apoyo para venteañeros en crisis
existenciales. Nos escuchamos, nos “tripeamos”, nos damos consejos y muchas
veces nos mandamos al carajo por la mera satisfacción de hacerlo y nada más.
Trabajo, salud, dinero y amor, esos son nuestros temas, a lo Walter Mercado. Desde
sueldos, divorcios, casamientos, abortos, malas noches y malas decisiones, nada
está fuera de la mesa.
Las
parejas usualmente no están permitidas en estos reencuentros de modo que cada
cual se sienta en la libertad de desahogarse sin tapujos, pues quien se conoce
desde la “jai”, no tiene tapujo que valga. Usualmente hasta nos sentamos en
círculo y nos presentamos antes de hablar, a lo Capestrano y hogares CREA. Eso
nos reafirma que no estamos solos, todos estamos bien jodíos, es asunto de
escuchar quién lo está más que el otro.
El caso
es que este sushi “nait” fue medio improvisado y sólo estuvimos las chicas del
grupo por primera vez en la historia de nuestros reencuentros. Lo que si no es
un “first” es que nuestros “gatherings” sean PG porque ya incluyen retoños menores
de 5 años. Aunque en el pasado eso no nos ha detenido de darnos par de frías
entre cuartos de juguetes.
“¡Titiiiiiii!”, es lo primero que escuché cuando me bajé del carro,
mientras observaba a una de mis amigas estacionarse en medio de dos parkings.
La del grito era mi sobrina, le digo así porque es la hija de una de mis amigas
más cercanas en aquellos tiempos de uniformes de cuadritos. “A gente como tú es
que yo me le cago en la madre cada vez que no encuentro estacionamiento”,
aproveché para decirle a mi amiga que dejo el carro encima de la línea, sin
estrés. Y agarré a mi sobrina al hombro para darle un beso y quedar bruta por
lo rápido que está creciendo. Cumplirá 6 años este mes.
Enseguida
saludé a las chicas, y no perdí mi chance de bromear con la barrigota fecundada
de una de ellas. “¿Nena, pero y qué es? ¿Tu estás tratando de repoblar la Isla?
¿O es que por cada uno que matan en Cayey, tu pares otro?”, le dije. Este es su
segundo hijo, y si, lo sé, mi humor es raro. Afortunadamente, they get me.
Entonces
nos dispusimos a esperar por una mesa en el restaurante de sushi donde una de
las nenas conocía a la prima, del hermano, del vecino, de la abuela de alguien.
Obviamente estoy exagerando pero no presté atención cuando contaban bien la
cosa.
Mientras
esperábamos afuera, nos comenzábamos a derretir del calor. La preñá estaba ya
en la sudaera y salí a su rescate con un abanico de mano que tenía en mi
cartera. En estos días de infierno no salgo a la calle sin él, así me parezca
yo a doña Fela. Poco a poco, nos fuimos escurriendo a la salita de espera de
adentro, aunque nos tuvimos que quedar de pié. Esto, pues dos guaynabichas con
tragos ya en la mano ocuparon los asientos restantes sin tan siquiera ceder
espacio a nuestra hormonal amiga.
Estas
dos joyitas de personalidades conversaban campantes mientras sus maridos
barajeaban a sus dos niñas, una de cada una, afuera en el calor. Mi curiosidad
de periodista me tenía el oído medio parao’ y supe que una de ellas era
abogada. “¡Oh my god mami pero mira que sucia y roja tu estás!”, le dijo la
lawyer a su bebecita que acaba de entrar. “Duh, si está corriendo afuera como
animal desquiciado mientras usted habla aquí de un caso de “malpractice” que
tiene que defender la semana que viene con una cerveza fría en mano”, pensé
para lo más adentro de mi ser.
Los
minutos pasaron, y las dos diablillas de las guaynabichas gritaron, jodieron,
golpearon el cristal, en fin, ya no veía niñas si no dos engendros ruidosos
vestidos de rosa y morado con moños chorreados, cachetes rosados y mocos
saltarines. La cara de mi amiga, la preñá, era de “este es el último y no más
hijos”. El resto de nosotras tuvimos un momento colectivo de miradas y un
ademán de cuchillo imaginario en mano con un “Jui Jui jui”, a lo Pshyco, the
movie. Y mi sobrina, feliz con un celular jugando no sé que cosa de fuegos
artificiales y lucecitas. Con razón esa generación sabe más que uno, ¿que iba
yo a imaginar que se podían hacer fuegos artificiales en un “frickin” teléfono?
Finalmente,
antes de que me guillara de Herodes y mandara a matar a esas niñas, nos
asignaron una mesa. Mi sobrina pidió Lo Mein, el resto de nosotras sushi. Pero
como el pescado crudo tardó más que los fideos cocidos, las nenas grandes me le
asaltaron el Lo Mein a la enana en un dos por tres. Yo no, porque yo no como
nada que alguna vez tuvo pulso. Yo esperé mi sushi de vegetales y mi Miso
“sup”.
Cuando
llegó el enorme plato de “fushi”, como le dice mi papá, empezaron las
confesiones típicas de nuestros encuentros. La primera víctima fui yo, puesto
que me caso en enero y la noticia les cayó a todas con un gigante “What the
Fuck?!” cuando lo vieron anunciado por Facebook el pasado mes de Marzo.
El caso
es que yo me lo tenía muy callado y en nuestro último reencuentro en diciembre
rompí el código de las reuniones al omitir que tenía pareja. No quise decir
nada hasta estar segura que la cosa era seria. Tan seria que me comprometí sin
que ellas supieran que estaba saliendo con alguien.
“Es que
yo todavía estoy en shock”, decía una. “Tú, la incasable”, decía otra. Bueno,
pues las puse al tanto con mi historia de amor mientras algunas, nuevas al mundo de los rollos de pescado crudo, se peleaban por hacer malabares con los palitos.
Por lo
demás, los cuentos de los rencuentros son Top Secret, y si no te graduaste de
MMM en Cayey en el 2005, ni “jangiabas” en la glorieta, ni usabas converse pa’
la escuela, nunca podrás escucharlos completos.
De mi
boda pasamos al cuento de un divorcio. De divorcio a la historia de una
relación que no es relación. Del novio al que le llaman amigo, pasamos a una
reconciliación y de ahí a la futura madre con su dilema de qué nombre ponerle a
su nuevo bebé. Entre las opciones, una en particular tenía son de reguetonero y
a todas nos tomó tiempo asimilar la idea. “¡150 mil copias vendidas mami!, ¿te
imaginas?”, dije yo en voz infantil. Again, mi humor es extraño, pero espero
que funcione para que descarten la idea de llamar al bebé Rawel.
En
otros temas, una de las nenas está a punto de ser sicóloga clínica. Y mientras
se trataban de empujar los últimos sushi y encima ordenábamos un mantecado
frito, nos divertimos un rato con los cuentos de los pacientes. El caso es que
la pobre está “jalta de odio” con los loquitos .“Una me decía que era adoptada
y que su verdadera familia era de dinero”, contaba ella mientras dibujaba en
una servilleta. Pronto pensé que tal vez todos nosotros coqueteamos en algún
momento con la idea de ser de otra familia, de la realeza quizás. Y a la vez, especulé
que la pobre de mi amiga ya hasta dibuja mientras habla y me pregunté si eso se
le había pegado de alguno de sus loquitos.
Terminamos
de comer (lechonear) y sobró sushi para llevar pues resulta que una de ellas,
la de los antojos, insistió en que se pidieran dos de cada sushi. “Es que yo
pensé que venía sólo un rollito, no sabía que cada uno traían 6”, se excusó.
Ya el
restaurante estaba vacío, mi sobrina dormía en mi falda y la bolsa de pescado
crudo “to go” estaba hecha.
Me eché
a la enana al hombro y pensé que mi columna vertebral cedería en cualquier
momento. Me sentí vieja pues apenas hace un año la podía cargar y jamaquear sin
problema alguno.
Mientras
salíamos a nuestros carros tuve un flashback de los viejos tiempos. De nuestros
cabellos desgreñados y camaleónicos, de nuestros chalecos color chocolate y
nuestras faldas cuadriculadas con pliegues. De nuestra rebeldía, de los mil
piercing, de los tatuajes, de la música rock que nos acercó como amigos. De las
horas libres en la glorieta, de las maestras locas con el pelo violeta, de las
peleas y malhumoradas, de los jangueos. De los pactos, de los secretos, de los
chismes, de las escapadas.
Y siete
años después: venteañeras rodeando la peseta de vida. Hemos pasado de todo. Hemos sido la madre, la
divorciada, la indecisa, la artista, la loca, la doctora, la infiel, la
enamorá’, la estofona, la novia, la hija, la preñá, y hasta la incasable con
fecha de boda. Todas hoy lo que nunca pensamos ser ayer.
Logré
tirar a la enana en el carro de su madre sin fracturarme la espina dorsal. Me despedí
de ellas y pedí otro encuentro pronto mientras le pasaba por el lado al carro “cojonú”
de mi amiga que ocupaba dos “palkins” y abordé mi nave. Mientras manejaba para
mi casa no pude evitar pensar que realmente seguimos siendo las mismas nenas de
la “jai”, lo que pasa es que con el tiempo, con los años, nuestras
preocupaciones han cambiado.
sushi nait con las nenas de la jai
Junio 2012
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