
Cada
encuentro es como una terapia, un grupo de apoyo para venteañeros en crisis
existenciales. Nos escuchamos, nos “tripeamos”, nos damos consejos y muchas
veces nos mandamos al carajo por la mera satisfacción de hacerlo y nada más.
Trabajo, salud, dinero y amor, esos son nuestros temas, a lo Walter Mercado. Desde
sueldos, divorcios, casamientos, abortos, malas noches y malas decisiones, nada
está fuera de la mesa.
Las
parejas usualmente no están permitidas en estos reencuentros de modo que cada
cual se sienta en la libertad de desahogarse sin tapujos, pues quien se conoce
desde la “jai”, no tiene tapujo que valga. Usualmente hasta nos sentamos en
círculo y nos presentamos antes de hablar, a lo Capestrano y hogares CREA. Eso
nos reafirma que no estamos solos, todos estamos bien jodíos, es asunto de
escuchar quién lo está más que el otro.


Enseguida
saludé a las chicas, y no perdí mi chance de bromear con la barrigota fecundada
de una de ellas. “¿Nena, pero y qué es? ¿Tu estás tratando de repoblar la Isla?
¿O es que por cada uno que matan en Cayey, tu pares otro?”, le dije. Este es su
segundo hijo, y si, lo sé, mi humor es raro. Afortunadamente, they get me.
Entonces
nos dispusimos a esperar por una mesa en el restaurante de sushi donde una de
las nenas conocía a la prima, del hermano, del vecino, de la abuela de alguien.
Obviamente estoy exagerando pero no presté atención cuando contaban bien la
cosa.
Mientras
esperábamos afuera, nos comenzábamos a derretir del calor. La preñá estaba ya
en la sudaera y salí a su rescate con un abanico de mano que tenía en mi
cartera. En estos días de infierno no salgo a la calle sin él, así me parezca
yo a doña Fela. Poco a poco, nos fuimos escurriendo a la salita de espera de
adentro, aunque nos tuvimos que quedar de pié. Esto, pues dos guaynabichas con
tragos ya en la mano ocuparon los asientos restantes sin tan siquiera ceder
espacio a nuestra hormonal amiga.
Estas
dos joyitas de personalidades conversaban campantes mientras sus maridos
barajeaban a sus dos niñas, una de cada una, afuera en el calor. Mi curiosidad
de periodista me tenía el oído medio parao’ y supe que una de ellas era
abogada. “¡Oh my god mami pero mira que sucia y roja tu estás!”, le dijo la
lawyer a su bebecita que acaba de entrar. “Duh, si está corriendo afuera como
animal desquiciado mientras usted habla aquí de un caso de “malpractice” que
tiene que defender la semana que viene con una cerveza fría en mano”, pensé
para lo más adentro de mi ser.

Finalmente,
antes de que me guillara de Herodes y mandara a matar a esas niñas, nos
asignaron una mesa. Mi sobrina pidió Lo Mein, el resto de nosotras sushi. Pero
como el pescado crudo tardó más que los fideos cocidos, las nenas grandes me le
asaltaron el Lo Mein a la enana en un dos por tres. Yo no, porque yo no como
nada que alguna vez tuvo pulso. Yo esperé mi sushi de vegetales y mi Miso
“sup”.

El caso
es que yo me lo tenía muy callado y en nuestro último reencuentro en diciembre
rompí el código de las reuniones al omitir que tenía pareja. No quise decir
nada hasta estar segura que la cosa era seria. Tan seria que me comprometí sin
que ellas supieran que estaba saliendo con alguien.
“Es que
yo todavía estoy en shock”, decía una. “Tú, la incasable”, decía otra. Bueno,
pues las puse al tanto con mi historia de amor mientras algunas, nuevas al mundo de los rollos de pescado crudo, se peleaban por hacer malabares con los palitos.
Por lo
demás, los cuentos de los rencuentros son Top Secret, y si no te graduaste de
MMM en Cayey en el 2005, ni “jangiabas” en la glorieta, ni usabas converse pa’
la escuela, nunca podrás escucharlos completos.
De mi
boda pasamos al cuento de un divorcio. De divorcio a la historia de una
relación que no es relación. Del novio al que le llaman amigo, pasamos a una
reconciliación y de ahí a la futura madre con su dilema de qué nombre ponerle a
su nuevo bebé. Entre las opciones, una en particular tenía son de reguetonero y
a todas nos tomó tiempo asimilar la idea. “¡150 mil copias vendidas mami!, ¿te
imaginas?”, dije yo en voz infantil. Again, mi humor es extraño, pero espero
que funcione para que descarten la idea de llamar al bebé Rawel.

Terminamos
de comer (lechonear) y sobró sushi para llevar pues resulta que una de ellas,
la de los antojos, insistió en que se pidieran dos de cada sushi. “Es que yo
pensé que venía sólo un rollito, no sabía que cada uno traían 6”, se excusó.
Ya el
restaurante estaba vacío, mi sobrina dormía en mi falda y la bolsa de pescado
crudo “to go” estaba hecha.
Me eché
a la enana al hombro y pensé que mi columna vertebral cedería en cualquier
momento. Me sentí vieja pues apenas hace un año la podía cargar y jamaquear sin
problema alguno.

Y siete
años después: venteañeras rodeando la peseta de vida. Hemos pasado de todo. Hemos sido la madre, la
divorciada, la indecisa, la artista, la loca, la doctora, la infiel, la
enamorá’, la estofona, la novia, la hija, la preñá, y hasta la incasable con
fecha de boda. Todas hoy lo que nunca pensamos ser ayer.
Logré
tirar a la enana en el carro de su madre sin fracturarme la espina dorsal. Me despedí
de ellas y pedí otro encuentro pronto mientras le pasaba por el lado al carro “cojonú”
de mi amiga que ocupaba dos “palkins” y abordé mi nave. Mientras manejaba para
mi casa no pude evitar pensar que realmente seguimos siendo las mismas nenas de
la “jai”, lo que pasa es que con el tiempo, con los años, nuestras
preocupaciones han cambiado.
sushi nait con las nenas de la jai
Junio 2012
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