lunes, 23 de julio de 2012

¿Qué eres Puerto Rico?

Confieso que en estos días me he encontrado sin muchas ganas de escribir. Tras dos semanas en Cuba, donde las armas solo las porta la milicia, y donde caminar por la calle y los parques en la madrugada no es riesgoso, me he encontrado con un "reality check" de mi Isla amada. 

No es que antes de mi viaje no supiera lo jodido que estamos como País. Por ejemplo, un estudio señaló que el 94% de los homicidios en Puerto Rico son con armas de fuego, como si se consiguieran más fácil que los cupones. Más aún, las tendencias indican a que nuestra Isla siempre ha sufrido de altos índices de violencia así que no me sorprende regresar a un Puerto Rico igual o un chin peor del que dejé antes. Pero es mi tercera visita a la Isla hermana y se me hace difícil creer cómo un ala de un mismo pájaro pueda ser tan distinta pero tan igual. Cuba tiene sus fallas, muchas de hecho, pero en cada viaje rememoro lo segura que me siento en las calles, mientras en mi tierra evito transitarlas por no morir en algún tiroteo, carjacking o robo ajeno. 

Las historias en los medios no me alientan tampoco. Podrá ser verdad que el bombardeo mediático nos hace pensar que la cosa esta color hormiga brava, más de lo que realmente pudiera ser. Pero sea producto de la exageración noticiosa o no, la verdad es que estamos viviendo en un "Puerto Rico duro, Puerto Rico amargo, Puerto Rico tomado", por parafrasear un poco el monólogo de apertura de la pieza teatral La Pasión según Antígona Pérez del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez. 

Y es que no estamos viviendo en tiempos muy distintos al de Creón y su "noble república de Molina", una oligárquica y elitista donde parte del pueblo sufre y aguanta mientras el resto calla porque no les conviene o no saben que deben reclamar "basta ya". 

Tal vez ésta no sea una entrada como las acostumbradas, que buscan humor en los haberes de nuestra tierra hermosa y contradictoria. Pero el desasosiego me sorbe el sarcasmo de los labios y verdaderamente me preocupo por lo que nos espera en Borinquen bella. 

Así que he decido "tomar" un poema de mi ídolo poetiza nicaraguense: Gioconda Belli. 

Parafraseando a Gioconda Belli 
que nos dejó su ¿Qué sos Nicaragua?

 ¿Qué eres Puerto Rico?

¿Qué eres sino una islita 
perdida entre las olas del Caribe y el Atlántico?

¿Qué eres sino un pájaro
atrapado por el águila que te cortó el vuelo?

¿Qué eres sino un ruido de ríos
llevándose las piedras pulidas y brillantes, 
dejando las rocas sin bruñir al mando?

¿Qué eres sino pechos de mujer hechos de tierra,
dolientes por su hijos que ya no buscan libertad?

¿Qué eres sino cantar de hojas en árboles gigantes
que no llega a los oídos sordos de los arbustos en tierra?

¿Qué eres sino dolor y polvo y gritos en la tarde,
-"gritos de mujeres, gritos de muerte"-?

¿Qué eres sino un puñal sin causa
y bala en boca de un inocente?

¿Qué eres, Puerto Rico
para dolerme tanto?


Mis excusas por una entrada tan sombría pero, sobre todo en año electoral, es tiempo de detenernos en medio de nuestra prisa y reflexionar...

lunes, 16 de julio de 2012

El Niagara a pié

Antes de hacer algunas entradas relacionadas con mi reciente visita a la República de Cuba. Me es necesario adelantar esta entrada de mi bienvenida a Macondo's Island a lo Juan Luis Guerra con su Niagara en bicicleta, pero peor: casi a pié. 

Resulta que llegué el viernes del viaje bien jodía con cuarenta cosas producto del estrés del Festival, el clima caribeño y 32 horas en guagua, sin contar las del avión. El sábado me levanté muy mal y decidí ir a una clínica aquí en Puerto Rico. Luego de visitar dos clínicas en Cuba y recibir una terapia respiratoria a lo "antique" pensé que ya nada me sorprendería... ja! Que ingenua.

Aguantando un dolor encojonao' de vejiga me dispuse ese sábado a montarme en un carro bebiéndome las lágrimas. Primero, mi santo padre me llevó a una supuesta clínica que ha de tener servicios 24 horas. Después que hago el esfuerzo inhumano de bajarme del vehículo de motor, resulta que la clínica estaba cerrada. Osea, estaba físicamente con las puertas abiertas, pero no había nadie. Me pregunté si estarían los médicos comprando las cosas de los nenes sin el IVU.

Regresé al carro aspirando dos o tres lágrimas más y sin remedio le dije a mi papá que me llevara a la Sala de Emergencias del Hospital Auxilio Mutuo, que era la más cercana pues ya yo no aguantaba más. A palabras de mi también santo abuelo, esa sala de emergencias era de "las mejorcitas". Pero, diría Juan Luis Guerra: "me llevaron a un hospital de gente, supuestamente".

Mi papá dejó el carro con las luces de emergencia encendidas mientras me llevaba echa cantos casi sin poder caminar a la sala. Me agarré al counter a lo zombie y el tipo de registro me dice "Dama tiene que esperar en la sala, ahora estoy con este paciente." A lo "Thriller" me moví a una pared para recostarme pues no me podía sentar del dolor. El tipo de registro, nervioso porque yo lloraba, decidió pasarme antes de otra señora que se veía intacta.

Me hizo las preguntas clásicas y cuando espepité para contarle lo que sentía me calló con un "Si dama, estamos aquí para ayudarle. Puede regresar a la sala de espera en lo que la llaman del Triage (los vitales)".

Allí me hicieron las mismas preguntas all over again y aunque me seguía bebiendo las lágrimas, para mi sorpresa no me pasaron aun al médico, sino que me regresaron a la sala de espera pues me llamarían primero de otra ventanilla para abrir un récord. Tenía a Juan Luis Guerra full en la cabeza... "no me digan que los médicos se fueron ohohoh, no me digan que no tienen anestesia ohohoh"

Me recosté contra otra pared, la más cercana. El dolor era cada vez más fuerte, como una sierra en mi espalda baja y un conjunto de congas en la vejiga. "Dama, no puede estar en esa área, tiene que regresar a la sala de espera. ?Quiere una silla?", gruñó el tipo del registro.

"No gracias, es que no me puedo sentar del dolor", dije y comencé mis pasos de "thriller" otra vez hasta la otra pared. Me retorcía y encogía del dolor, esperaba, sudaba, lloraba. De pronto se encendió un altavoz y una voz robótica comenzó a rezar el Padre Nuestro y el Ave María a lo tumbacoco de campaña política.

"Ruega por nosotros Santa Madre de Dios", decía. Y yo me repetía "ruega que me atiendan madre de Dios o me verás pronto por tus lares". Y se me mezclaban cantos de Juan Luis: "Alguien se apiada de mi, grité perdiendo el sentido". Tenía un meollo mental que yo no sabía ni mi nombre, lo que sí sabía es que me dolía el alma por la que rogaba la tipa del speaker. 

En mi lucha mental con rezos, canciones y gritos internos se acercó una guardia de seguridad para que mi papá sacara el carro de donde lo había dejado con las luces de emergencia.

"Pero es que no la puedo dejar sola", decía papi. "Lo siento caballero pero están llegando ambulancias y tiene que sacar el carro", contestó la miss. Y yo, aún silenciada por el dolor pensaba, "total, si los que vienen en ambulancia todavía tienen que pasar por registro, triage, récord, rezar y entonces esperar que un médico los llame".

Mientras mi papá iba a mover el carro yo me agarré a aquella pared como un ciego se agarra a su bastón. Hasta ese momento había tenido puesta las gafas, pero era evidente el charquero de lágrimas en mi cara. Una señora de camisa verde se me acercó. "?Quieres sentarte?", me dijo. "No gracias, es que no puedo porque me duele mucho. Creo que estoy bajando una piedra o tengo una infección en el riñón", logré balbucear. "Ay Dios mío pero cómo es que no te han pasado", dijo mientras se dispuso a pelear con el tipo del registro para que me dieran prioridad. "No hay nada que yo pueda hacer, tiene que esperar", decía él. Ella, impulsada por algún instinto maternal, se metió a la enfermería y abogó nuevamente por mí. "Ya te viene a buscar", me dijo. Fue un equivalente del "Tranquilo Bobby, tranquilo" de la canción de Guerra. Me dio esperanzas, pero realmente, nada pasó.

A los pocos minutos se me acercó una embarazada. "?Quieres sentarte?", me preguntó. Al parecer los dolores se quitan con darle fundillo a una silla. Entonces noté que la pared que me cobijaba estaba debajo del televisor, por lo que todos allí sentados habían dejado de ver la novela para clavar sus ojos en la pobre nena de pie contra la pared que lloraba de dolor: yours truely.

Mi papá regresó y tras meter presión, la misma guardia de seguridad de orita, logró pasarme a una camilla. Al menos acostada el dolor me era más tolerable. Finalmente me llamaron para llenar el récord. Y ya, nada más pasó. Luego me contó mi papá, que la misma gente de la sala de espera y hasta la guardia no podían creer que no me atendían todavía.

Ah, y cabe mencionar que todos los pasillos de aquella sala de emergencias estaban llenos de camillas en las paredes. Todas con cuerpos arropados, adoloridos, llorosos, padecientes. Y nadie sabía quién era quién ni donde estaban. Así que los médicos y enfermeros gritaban los nombres por los pasillos hasta encontrar al que respondiera.

Yo me agarraba de aquella camilla como Rose de la puerta de madera en Titanic. !Qué dolor carajo! En mi agonía veía pasar a todos los que estaban en turno antes que yo. Uno, incluso, entró bien relax con unos audífonos escuchando música camino a ver al doctor. !!?Qué puñetera emergencia podía tener aquel muchacho?!

Dos horas después de mi llegada a aquel matadero, sonó mi nombre por el altavoz. "Yo", decía con miedo a que el médico no encontrara mi camilla. "Aquí", repetía. Mi papá salió a su búsqueda. Aquel hombre llegó. "Le pasé su caso a otra doctora que atiende los más malitos, ya pronto la llaman", dijo y se fue. That's it. 

Osea que los más jodíos tienen que esperar más. Ehhhh.... WTF?

Me tumbé rendida en la camilla. No fue hasta casi las tres horas de haber llegado que me vio una doctora, una de las que atendía los más malitos. Mientras le explicaba mis síntomas, escuché a un grupo de enfermeras y doctores bromeando sobre otro paciente justo a mi lado. "Y ya, eso era todo, una burda infección de orina. Que le ardía al orinar y ya", dijo una doctora seguido de risas colectivas. Que cojones, pensé, como si mear con ardor no doliera.

Y así pasaron las horas, después que me vio la doctora de los más malitos, esperé para que un enfermero me sacara sangre pero no toda porque no tenían un tubo para una de las pruebas así que no me la hicieron. Me inyectaron morfina, pero me rehusé a dormir por miedo a que me llamaran por los pasillos y yo no lograra a alzar mi mano para recibir atención.

Entonces me trajeron a una señora de vecina. Doña Myriam no podía hablar, pero gritaba de dolor. Gritaba, gritaba y gritaba. Pero las enfermeras ni la miraban. Incluso llegó el cambio de turno y doña Myriam y yo estábamos al lado del ponchador. "Perate nena que vo'a ponchal", decían. Esos diez minutos fueron candela. Mientras escuchaba los chistes de las enfermeras, la habladera de novela, dietas y maridos; doña myriam seguía gritando.

De ahí me llevaron para hacerme un sonograma. Dejaron mi camilla en un pasillo abandonado donde esperé una hora para ser atendida y casi media hora más para que me devolvieran a mi pared donde ya no estaba doña Myriam. Y allí, 9 horas más tarde, la doctora concluyó que tenía una cistitis severa. Al menos usó esas palabras y no "una burda infección" como sus compañeros.

Enseguida vino un enfermero a darme de alta, sin darse cuenta que aún no me habían puesto un antibiótico. En lo que esperaba, una señora que había llegado más o menos a la misma hora que yo, salía acompañada de su hija. "Nos están dando de alta en grupo", pensé mientras veía el antibiótico bajar por aquellos tubos hasta mis venas.

Pronto supe que a la señora no la habían dado de alta, su hija, encabroná por la espera y la mala atención se la llevó sin encomendarse ni a la Madre de Dios, y hasta se quitó ella misma el suero. "No la culpo", dijo mi papá.

Me trajeron una nueva vecina. Estaba embarazada y estaba sangrando. Llevaba 45 minutos esperando y aún no le llenaban el récord. Y ya se sabe que sin el récord no te llama el médico, para que después le pase el expediente a la otra doctora de los malitos para que entonces la llamen para evaluarla. "Dile que es una emergencia, que estoy sangrando, que si lo que quieren es que también pierda mi muchachito", le decía mi vecina a su esposo. "Pobre, será que ella no sabe que en aquel hospital no existe la noción de emergencia", pensé.

Nueve horas y media más tarde, salí con mi receta en mano para pagar y poderme ir finalmente de allí. A mi salida vi la pared que me dio posada mientras esperaba en la mañana. Ya era de noche y me pasó por el frente un grupo de guardias de seguridad empujando a la señora de la maroma escapatoria en una silla de ruedas. Al parecer la lograron conseguir antes que saliera del estacionamiento y la trajeron de vuelta en contra de su voluntad. "Ay vijne", pensé.

Había perdido todo un sábado. Un día entero. Y me reí para mí misma.  En este mundo de prisa en el qué vivimos, donde todo tiene que ser "fast", las salas de emergencias (donde los "estetoscopios están de fiesta", el alcohol se lo beben y el suero se usa para endulzar el café, como dice Juan Luis) son lo más "slow" que pueda existir.... las doña Myriam de la vida gritan sin ser escuchadas, las embarazadas sangran sin atención inmediata, las pruebas no se hacen porque no hay los tubos, la altas se dan sin poner antes las medicinas, esas cositas, tu sabes, casi na'.

 Ahhh, Welcome back to my dear Macondo, donde es muy duro pasar El Niagra en Bicicleta y a pié.