viernes, 24 de junio de 2016

Crónica: "Pies para que los quiero..."



“Pies para qué los quiero”… para caminar hacia el futuro:
Crónica de un día con niños que necesitan “alas para volar”
Por Viviana Torres Mestey


Estoy sentada mirando en el celular las fotos de una charla que ofrecí en una escuela este verano. En una de ellas, abrazo a una niña que sonríe y me sujeta muy fuerte. Sus ojos color café miran fijamente a la cámara, apoya su cabeza en mi hombro y sonríe. No sé cuántas veces al día realmente sonreirá de la manera que lo hizo conmigo. No puedo publicar su foto. ¿Por qué? Es una niña maltratada, con padres drogadictos y removida de su hogar por el Departamento de la Familia. Ahora vive con sus abuelos, pero ¿realmente será feliz en esta corta y dura vida que le ha tocado vivir?

Esa chica que me abraza en la foto es parte de un grupo de niños con situaciones difíciles y extremas que forman parte de un programa de verano de tutorías. Su maestra me vio en televisión hace unas semanas y me contactó por el maravilloso mundo de Facebook para preguntarme si podía visitarlos y hablarles de la importancia de estudiar para lograr sus metas. Dije que sí, sin saber cuánto me tocaría esta experiencia en mi vida y mi corazón.

Al teléfono, le pregunté las edades y tipo de estudiantes que eran para poder preparar la charla. “Pues, son niños maltratados, que han sido violados, sodomizados, autistas, casos de acoso, padres drogadictos, que sus tutores son abuelos muy mayores que no pueden criarlos bien, muchos no saben leer, algunos han sufrido tanto que tartamudean, con padres irresponsables y tienen problemas de autoestima. Tengo niños desde los 4 años. Pero es para que le hables a los más grandecitos, los de 8 años hasta 13 años, más o menos”. Creo que quedé muda unos segundos. Violación, maltrato, acoso… desde los 4 años. Aún aturdida dije que sí a la invitación y separamos la fecha.

Llegué a la escuela el día acordado y estaba desierta, todas las puertas y portones cerrados, nadie en los pasillos, cero risas ni voces de niños. Continué caminando y llamé a la maestra a su celular. Al fondo del pasillo escuché la voz de ella que dijo “shhhhh que Viviana me está llamando”. Abrió la puerta de uno de los salones que parecía cerrado y todos los niños gritaron a la vez “¡Hola Viviana!”. Me sorprendí, no pensé que me estaban esperando con tantas ansias.

Y es que ver a alguien de “afuera” que los visite les provoca una gran alegría. Como la identidad de los niños debe ser protegida, entiéndase que no pueden salir en fotos ni ser vistos en público, pues no pueden salir de gira ni pasear. Están destinados a quedarse en el salón, esperando que los visite alguien para hacer algo diferente. Pero el proyecto “no tiene dinero” para traer recursos externos. Apenas cuentan con dos o tres maestros y los voluntarios que quieran ayudar con algunas charlas y talleres… como me tocó a mi. La maestra me dice que tocó muchas puertas para buscar recursos que le fueran a leer cuentos a los niños; sacerdotes, periodistas, figuras públicas. Y ninguno podía porque cobraban por la visita o no tenían tiempo.

Tiempo… ¡la importancia de sacar tiempo! Bueno, pasaron el grupo al pasillo mientras yo montaba la computadora y el proyector. Me dejaron dos ayudantes como de 7 u 8 años cada uno. No sé sus historias exactamente. Quizás golpeados, quizás abandonados… no me atreví a preguntarles. Luego, hablando con la maestra me enteré que son de padres alcohólicos, con hogares bien violentos y sus madres maltratadas. “Misi, ¿borramos la pizarra?”. “Sí, vamos a ver unos videos proyectados ahí”, contesté. Se movieron rápido, me trajeron sillas, extensiones eléctricas, me ayudaron con el proyector y me dijeron cuál marcador de la pizarra servía por si quería escribir algo.

Mandé a buscar con ellos al resto del grupo. Antes que llegaran, el más grande de todos, quizás de 13 años, entró con una bolsita de regalo. “Misi, esto es para usted. Por venir a hablar con nosotros y porque la queremos mucho”. A mi… me quieren mucho... a mi. No les había hablado aún, y ya me querían. La maestra luego me dijo que ese niño en particular viene de un hogar con una madre irresponsable que no le importa ni él ni su hermana. Obviamente, busca amor. Y a mi… ya me quería.

Tragué profundo y le di las gracias al chico por el regalo. Otra niña entró y extendió sus manos abiertas con un grupito de florecitas de una planta de Cruz de Marta que había en el patio. “Toma misi, para ti”. “¿Para mi? ¡Gracias! Las voy a guardar porque son especiales”, le dije. ¿Cómo iba a aguantar una charla de una hora sin llorar? Esa era la pregunta en mi cabeza.

Llegó el resto del grupo. Les hablé de la compañía de teatro, les mostré un video y fotos de las obras que hemos hecho, de los países que hemos visitado, y le enseñé mis trabajos fotográficos. Le dije que llegar al éxito no es fácil, que hay que trabajar duro para lograr los sueños e intenté sutilmente de incitarlos a que expresaran sus sentimientos a través del arte y de la fotografía (aunque de inmediato me cuestioné si esos niños tan siquiera tenían una cámara o un celular.)

Así mismo, creo que cometí otros errores que rápido traté de corregir. Por ejemplo, mencioné la importancia de la familia, y luego recordaba que muchos ya no viven con sus padres porque les hacían daño. Ahí cambié de tema rápido, pero sé que divagué en ocasiones buscando las palabras correctas para hablarle a esos niños que tanto han sufrido, pero sin ofenderlos ni levantar pasiones. Entonces les hablé del “bullying”. Todos reaccionaron. Eso sí sabían que era.

La maestra me comentó más tarde que allí había víctimas de “bullying” y también había “bullies”. En especial una niña que me señaló discretamente. Pero esa niña, según me contó en confidencia, fue violada en repetidas ocasiones por su padrastro y su mamá tenía conocimiento. No obstante, como no quería perder a su pareja, no hizo nada. Además, vive en un barrio donde su familia no puede pasar de cierto punto porque están amenazados de muerte y si los ven, los matan. ¡Claro que la niña es “bully”! ¡¿Qué más podría ser con todo el coraje que debe llevar por dentro?! Nuevamente, tragué profundo.

Continué la charla preguntándoles que querían ser cuando grandes. Tuve que acercarme a cada uno que hablaba porque ninguno se atrevió a subir la voz. Con miedo, me contestaban susurrando casi. Me dijeron que querían ser dentistas, veterinarios, doctores, policías, bomberos, artistas, dueños de pizzerías… y una chiquita, desgreñada y con carita tímida, casi en secreto me dijo “yo quiero ser como tú”. 

Aguanté las lágrimas, no podía llorar allí. Estoy segura de que ellos no entenderían porqué. 

Más tarde esa noche estuve hablando con una amiga que trabaja en el sistema, en la parte de coordinar los hogares de crianzas y manejar los casos de niños removidos, y me dijo: “lo que pasa es que tú fuiste con amor y eso es lo que hace falta. Es lo que no conocen y lo que no les va a dar nadie… Esto es un trabajo bien duro y frustrante. Son muy pocos empleados y el trabajo es abrumador. Hay mucha gente quemada que perdió la ilusión.”

El otro problema, según coincidieron tanto la maestra como mi amiga, es que los remueven muchas veces a hogares donde igual los maltratan y los tienen sólo por recibir la pensión que les da el Gobierno. Entonces, esas familias cogen a 4 y 5 niños a la vez, cobran por ellos y no los atienden.

El caso es que terminé la charla y otra niña se me acercó con una libretita pequeña color rosada y me preguntó, “¿me podrías dar tu autógrafo? Llevo rato por preguntarte pero no me atrevía”. “Por supuesto”, contesté. De momento, el grupo entero le pidió a la niña papel de su libreta y todos se me lanzaron arriba pidiendo mi autógrafo con las páginas rotas y arrugadas; y otros con cualquier papel en blanco que consiguieron en el salón. Les escribí a todos mi firma, y debajo añadí “Nunca dejes de soñar”, seguido de una carita feliz =)

“Misi pero yo quiero una foto con usted”, pedían. “Es que no se puede”, contestó la maestra. Y entonces sugerí: “bueno, vamos a venir al centro y todos vamos a poner nuestros pies juntos en un círculo. Porque son nuestros pies los que nos van a llevar por el camino de la vida y con los que vamos a caminar hacia nuestras metas y sueños. Son nuestros pies los que nos van a mantener como los árboles, sin importar las cosas que nos pasen. Seguiremos siempre en pie.” Todos se juntaron y tomamos una foto de nuestros pies. Mientras escribo esto reviso la foto. Veo sus piececitos y pienso… ojalá esos pies los lleven de verdad a ser doctores, dentistas, policías y bomberos. Que esos pies los lleven caminando lejos de sus maltratantes y violadores. Que esos pies los mantengan firmes y no caigan en drogas ni delincuencia.

Me viene Rubén Blades a la mente “Si yo he vivido parao, ¡ay! que me entierren parao... La vida me ha restregao, pero jamás me ha planchao, en la buena y en la mala voy con los dientes pelaos. Sonriendo y de pie, siempre parao. Las desgracias hacen fuerte al sentimiento, se asimila cada golpe que he aguantao’…”

Ay Rubén, esto cae como anillo al dedo. Bueno, pues la maestra, para complacerlos, les permitió una foto de grupo conmigo. Pero todos ellos de espalda señalándome mientras yo miraba a cámara. Esos deditos apuntándome me hicieron sentir responsable. Responsable de decir algo, de escribir lo que hoy escribo. Nos tomamos la foto. Y aunque en cámara sólo se ven sus espaldas, yo, que los tenía de frente, les puedo decir que estaban sonriendo.

Le contaba a mi amiga en la noche de esa responsabilidad que sentí. Y me contestó que “es un panorama muy complejo. Lo mejor que se puede hacer para cambiar el mundo es usar el modelaje y enseñarle a la gente que sí, es tu responsabilidad, es responsabilidad de todos nosotros. Hace falta que la gente se involucre, aunque sea un chispito.” Y hablando un rato concluimos: ¿cómo? Dona tiempo, dona libros, ofrece espacios para que grupos den talleres, ayuda a conseguir equipos y materiales. Como dice mi amiga, “haz lo que sabes hacer”. La más mínima tontería, ayuda. Incluso la maestra tuvo la idea de que se les podía hacer una mochilita para fin del curso de verano, que incluyera un libro, una muda de ropa y unas cuantas cosas más. Pero no, para eso no hay dinero. Y se fueron sin su mochilita.

Es frustrante, la verdad. Volviendo a la charla, al terminar los niños me pidieron el número de la compañía, ¡quieren hacer teatro! Les dije que tendremos audiciones en agosto para una competencia de monólogos, y que si llamaban y decían el nombre de la escuela del campamento les daríamos una beca. Sí, los becaré a todos si llaman. Pero muy dentro de mi pensé que quienes deben llamar y llevarlos a la audición son sus padres y encargados. Esos niños apenas van peinados, bien vestidos y arreglados a clase. Esos padres o encargados no van a llamar, pensé. Y sentí un dolor profundo. Aún así les di el teléfono y toda nuestra información de contacto.

Me despidieron efusivamente y se dispusieron a merendar. Me quedé unos minutos hablando con la maestra. “Misi, tengo hambre”, dijo una niña con el cabello agarrado en dos rabitos. “Toma de mis galletas”, le contestó otra. “Es que los mandan sin meriendas”, me explicó la maestra. “Y a nosotros no nos dan presupuesto para traerles nada. A penas llega el almuerzo, a veces tarde y lo que haya”, me contó. El viernes pasado los propios maestros hicieron una colecta y les compraron pizza. Muchos nunca habían comido pizza, ni han ido al cine, ni saben lo que es Chilli’s, ni jamás han sentido la arena de la playa bajo sus pies. Viven en el anonimato, con miedo a que les vuelvan a hacer daño.

Cuando esa maestra en particular recibió la llamada para que trabajara en ese proyecto le dijeron: “Pues, son nenes que están colgao’s en sus materias y es para repasar con ellos y ya”. Y ya… No le dieron libros, papel, crayolas, pinturas, NADA. Tuvo la maestra que ir al salón donde regularmente da clases en el semestre y traer de sus propios materiales para poderles hacer actividades entretenidas a los niños. Y no sólo le ha tocado este tipo de población en el campamento, me cuenta que en sus grupos regulares tuvo hasta un niño que su papá está preso y su mamá lo vendió por drogas. Droga, el precio de un niño… Alguien me puede explicar esto, porque la verdad mi cabeza no me permite asimilarlo.

Ese día, en aquella charla, ellos no querían que me fuera, me decían “te quiero”, me abrazaron hasta que me tuve que ir ya porque necesitaba llegar a mi carro y llorar. Lloré de impotencia. El sistema los tiene ahí en esa escuela, haciendo nada. Muchos obligados por sus encargados porque no quieren bregar con ellos en verano. No les dan dinero para materiales ni ayudas… y probablemente detrás de este “proyecto” debe haber una compañía de esas “tutorías” haciéndose ricos con los fondos públicos que tú y yo pagamos. Mientras, esos niños buscan amor y atención hasta de los extraños que les muestren un poco de compasión y de las figuras que tienen como ejemplo en estos momentos. Como esa maestra que me llamó. Ella me asegura “somos voces no escuchadas, somos los que trabajamos con los niños y no nos escuchan.” Aunque quieran hacer más, tienen las manos atadas.

En unos días se acabaría ese “campamento” y esos niños volverán a sus casas, a sus ambientes hostiles, a su falta de cariño. Y seguirán sus vidas en el anonimato. Perderé contacto con ellos pues hay que mantener su identidad protegida… “por su bien”. Y yo, ¿qué puedo hacer? Mi amiga me regañó esa noche. “¿Cómo que qué puedes hacer? Lo que estás haciendo. Lo que te toca hacer. Eso es hacer algo.”

Al día siguiente hablé con la maestra nuevamente. Me contó que los niños habían quedado impactados por mi visita y que dijeron que yo era “bien linda y que parecía una mamá pero jovencita”. Y que hicieron una promesa después que yo me fui: que leerían más y que cambiarían la historia de su vida caminando sobre sus pies bien dirigidos y bien enfocados.

De ese día sólo me quedan las fotos. Ese “selfie” con la niña de los ojos color café, un grupo de niños apuntándome con sus deditos, y los pies… ay los pies que los llevarán por la vida.

Guardaré esas fotos como recuerdo del sufrimiento de los niños por un sistema corrupto y deficiente. Mientras, canto con Blades: “Aunque me haya equivocao, aunque me hayan señalao, yo sigo parao, corriendo y de pie. Vivo parao, dando gracias por las cosas que la ruta me he encontrao, sigo parao. Siempre parao.





Fotos tomadas de Google y algunas tomadas en la charla.Video de Rubén Blades tomado de YouTube.