Comienzo por presentar mis más sinceras
disculpas por tan cruel abandono a este foro al cual humildemente someto mis
pensares periódicamente. Estas últimas semanas estuve sumergida en un océano de
“issues” y haberes de ser una novata empresaria, estudiante de maestría y
futura esposa.
En estas semanas sí que he maldecido
cuanta burocracia existe en nuestro País, cuanta limitación nos presenta
nuestro estado colonial, nuestra mierda de sistema el cual no provee
posibilidades decentes de progresar en una profesión que no sea alguna
encajonada en lo que la masa considera “importante”, entiéndase las leyes o la
medicina. De la misma forma, me ha invadido el desasosiego por la actitud de
“me importa un carajo la cultura” que han asumido muchas empresas y agencias.
He estado al borde de ataques de pánico,
histerias y depresión, peor que un personaje tomado de un película de
Almodovar. Y hasta me he tragado muchísimas cosas que le quisiera decir a dos o
tres personas que me tienen hasta los cojones, pero por diplomacia he decidido
que no vale la pena. En fin, han sido semanas de crecimiento espiritual, a
cojón pero efectivo.
El caso es que recién estuve en San
Francisco, para la presentación de mi propuesta de Tesis y tuve un despertar
pertinente para escribirlo en este espacio.
Hace algún tiempo vengo sintiéndome fuera
de lugar en este País, “a lo cucaracha en baile de gallina”. Les confieso que
siento que ya ni vale la pena seguir luchando por el arte. Nadie escucha. Y
como estudiante de las artes ni se diga. Mi profesión está desvalida en este
País. Ser artista es casi sinónimo de ser leproso. Faltan recursos, apoyo
económico, espacios de presentación a precios razonable, tiendas especializadas
y gente que sepa lo que hace en general.
En fin, ya he comenzado a darle la vuelta
a la idea que inevitablemente terminaré haciendo mis maletas y largándome a un
carajo localizado fuera de la Isla del Encanto y no habrá Miss Mayaguez que me
detenga con balbuceos sobre modelos a seguir y educación.
Y este viaje a San Francisco solo reforzó
mis más recientes descubrimientos. Esta semana en la ciudad de la bahía, además
de congelarme hasta los mocos, me hizo reflexionar mucho. Supe que sí hay
lugares donde el arte aún es importante. Donde el decir que eres estudiante de
artes es digno y admirable. Y donde el lenguaje de la cultura es uno conocido,
utilizado y aceptado.
By the way, no fui nada confiada a
presentar mi propuesta de tesis. Todos mis allegados me dedicaron hermosos
comentarios y apoyo. Todos estaban seguros de que pasaría la prueba. Yo no
estaba para nada segura, at all. Allí iba yo, una puertorra criada en Cayey a
una de las ciudades más artísticas de Norte América a presentarle a un grupo de
triunfantes artistas un humilde proyecto sobre fotografía y antropología: una
paja mental de mi cerebro desvelado y ambicioso.
El primer día que me pude levantar de la
cama después de 14 horas viajando y un deliciosos “jet lag” de 3 horas, crucé
la calle al “Estalbocks” más cercano. Compré mi “Venti Soy Latte” y me senté en
una mesa afuera a congelarme el trasero porque adentro estaba lleno de
“Marines”. Sí, “Marines”, con sus vestiditos blancos y gorritos de capitán y
toda la vaina. Esta semana en San Francisco era el “Fleet Week” y toda la
ciudad estuvo invadida por oficiales de la guardia naval, militares, etc.
El caso es que mientras meditaba con mi
enorme café en la mano, una chica me preguntó si podía compartir la mesa
conmigo pues no había espacios disponibles. Amable, le respondí que sí. Resulta
que nos pusimos hablar y era Australiana. Estaba en San Francisco de vacaciones
acompañando a su esposo que estaba en unas conferencias. Ella era traductora y
su trabajo era traducir las leyes en el congreso de su País. Seguimos
conversando y bromeando sobre algunas cosas de la ciudad y le conté sobre mi
tesis.
Luego de aquellos breves minutos de
agradable conversación. La chica y yo continuamos nuestros pertinentes caminos.
Efusiva, me deseó suerte en la presentación. Nunca le pregunté su nombre, ni
ella el mío.
Al día siguiente presenté mi trabajo, en
medio de un temblequeo de voz incontrolable por los nervios y un acento marcado
pues cuando me da ansiedad se me va lo de bilingüe a los pies. El comité aprobó
mi proyecto y me felicitó por la presentación. No obstante, me señalaron cosas
que ya yo sabía sobre el equipo, los recursos y los detalles técnicos por los
que me encuentro limitada en Puerto Rico.
Salí de allí casi al borde del desmayo, pues
en una sencilla hora había desembocado todas las amanecidas y malos ratos de
semanas enteras dedicadas a la confección de esta propuesta. Para bien, gracias
a Dios.
El resto de los días transcurrieron entre
visitas a amistades, museos, galería y teatros. Caminé lo que nunca se podría
caminar en Puerto Rico. Que maravilla el poder llegar a todas partes usando
nuestros propios pies y no dependiendo de un carro y tapones y malos ratos. En
fin, mis días ideales.
Como parte del “Fleet Week” toda la
semana hubo también “Airshows” o demostraciones acrobáticas y maromas de
aviones miliares sobre toda la ciudad. Tal evento hacía que cada varios minutos
sonaran estruendosos soplos de viento, lo que obligaba a todo transeúnte a
mirar al cielo en busca de los aviones.
Por unos segundos, casi toda la ciudad se
detenía a mirar hacia arriba. ¡Qué hermosa imagen aquella! Si alguien no
hubiera sabido de los aviones, pensaría que aquellas personas buscaban a Dios o
a algo divino que habitara allá entre las nubes. Y entonces me pregunté, ¿con
cuanta frecuencia miramos al cielo?
Entre tanta mierda terrestre en la que
nos preocupamos, ya hemos olvidado mirar hacia arriba. Nos preocupamos por
mirar hacia al frente, hacia los problemas que tenemos que resolver, la gente
que nos saca por el techo, las necesidades que tiene nuestro país, las
propuestas que tenemos que presentar y los obstáculos que tenemos que vencer.
Pero muy pocas veces nos detenemos a mirar las nubes o las estrellas. Muy pocas
veces nos detenemos a respirar.
Ojalá hubiera un showshito de esos en
Puerto Rico para obligarnos a mirar.
Esta semana tomen un segundo de sus vidas
y cuando anden a pie, si es que alguna vez lo hacen, vuelvan su cabeza hacia
arriba, dejen que la sangre de su cerebro circule en una posición distinta a la
usual. Y respire (no se ahogue con la contaminación), pero respire porque hay
un espacio infinito más allá de nuestro campo de visión. Y es hermoso…
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