Crónica de un día con niños que
necesitan “alas para volar”
Por Viviana Torres Mestey
Estoy sentada mirando en el
celular las fotos de una charla que ofrecí en una escuela este verano. En una
de ellas, abrazo a una niña que sonríe y me sujeta muy fuerte. Sus ojos color
café miran fijamente a la cámara, apoya su cabeza en mi hombro y sonríe. No sé
cuántas veces al día realmente sonreirá de la manera que lo hizo conmigo. No
puedo publicar su foto. ¿Por qué? Es una niña maltratada, con padres
drogadictos y removida de su hogar por el Departamento de la Familia. Ahora
vive con sus abuelos, pero ¿realmente será feliz en esta corta y dura vida que
le ha tocado vivir?


Llegué a la escuela el día
acordado y estaba desierta, todas las puertas y portones cerrados, nadie en los
pasillos, cero risas ni voces de niños. Continué caminando y llamé a la maestra
a su celular. Al fondo del pasillo escuché la voz de ella que dijo “shhhhh que
Viviana me está llamando”. Abrió la puerta de uno de los salones que parecía
cerrado y todos los niños gritaron a la vez “¡Hola Viviana!”. Me sorprendí, no
pensé que me estaban esperando con tantas ansias.
Y es que ver a alguien de “afuera”
que los visite les provoca una gran alegría. Como la identidad de los niños
debe ser protegida, entiéndase que no pueden salir en fotos ni ser vistos en
público, pues no pueden salir de gira ni pasear. Están destinados a quedarse en
el salón, esperando que los visite alguien para hacer algo diferente. Pero el
proyecto “no tiene dinero” para traer recursos externos. Apenas cuentan con dos
o tres maestros y los voluntarios que quieran ayudar con algunas charlas y
talleres… como me tocó a mi. La maestra me dice que tocó muchas puertas para
buscar recursos que le fueran a leer cuentos a los niños; sacerdotes,
periodistas, figuras públicas. Y ninguno podía porque cobraban por la visita o no
tenían tiempo.

Mandé a buscar con ellos al
resto del grupo. Antes que llegaran, el más grande de todos, quizás de 13 años,
entró con una bolsita de regalo. “Misi, esto es para usted. Por venir a hablar
con nosotros y porque la queremos mucho”. A mi… me quieren mucho... a mi. No
les había hablado aún, y ya me querían. La maestra luego me dijo que ese niño
en particular viene de un hogar con una madre irresponsable que no le importa
ni él ni su hermana. Obviamente, busca amor. Y a mi… ya me quería.

Llegó el resto del grupo. Les
hablé de la compañía de teatro, les mostré un video y fotos de las obras que
hemos hecho, de los países que hemos visitado, y le enseñé mis trabajos
fotográficos. Le dije que llegar al éxito no es fácil, que hay que trabajar
duro para lograr los sueños e intenté sutilmente de incitarlos a que expresaran
sus sentimientos a través del arte y de la fotografía (aunque de inmediato me
cuestioné si esos niños tan siquiera tenían una cámara o un celular.)

La maestra me comentó más tarde que
allí había víctimas de “bullying” y también había “bullies”. En especial una niña
que me señaló discretamente. Pero esa niña, según me contó en confidencia, fue
violada en repetidas ocasiones por su padrastro y su mamá tenía conocimiento. No
obstante, como no quería perder a su pareja, no hizo nada. Además, vive en un
barrio donde su familia no puede pasar de cierto punto porque están amenazados
de muerte y si los ven, los matan. ¡Claro que la niña es “bully”! ¡¿Qué más
podría ser con todo el coraje que debe llevar por dentro?! Nuevamente, tragué
profundo.
Continué la charla
preguntándoles que querían ser cuando grandes. Tuve que acercarme a cada uno
que hablaba porque ninguno se atrevió a subir la voz. Con miedo, me contestaban
susurrando casi. Me dijeron que querían ser dentistas, veterinarios, doctores,
policías, bomberos, artistas, dueños de pizzerías… y una chiquita, desgreñada y
con carita tímida, casi en secreto me dijo “yo quiero ser como tú”.
Aguanté las lágrimas, no podía llorar allí. Estoy segura de que ellos no entenderían porqué.
Más tarde esa noche estuve
hablando con una amiga que trabaja en el sistema, en la parte de coordinar los
hogares de crianzas y manejar los casos de niños removidos, y me dijo: “lo que
pasa es que tú fuiste con amor y eso es lo que hace falta. Es lo que no conocen
y lo que no les va a dar nadie… Esto es un trabajo bien duro y frustrante. Son
muy pocos empleados y el trabajo es abrumador. Hay mucha gente quemada que
perdió la ilusión.”

El caso es que terminé la charla
y otra niña se me acercó con una libretita pequeña color rosada y me preguntó, “¿me
podrías dar tu autógrafo? Llevo rato por preguntarte pero no me atrevía”. “Por
supuesto”, contesté. De momento, el grupo entero le pidió a la niña papel de su
libreta y todos se me lanzaron arriba pidiendo mi autógrafo con las páginas
rotas y arrugadas; y otros con cualquier papel en blanco que consiguieron en el
salón. Les escribí a todos mi firma, y debajo añadí “Nunca dejes de soñar”,
seguido de una carita feliz =)

Me viene Rubén Blades a la mente
“Si yo he vivido parao, ¡ay! que me entierren parao... La vida me ha restregao,
pero jamás me ha planchao, en la buena y en la mala voy con los dientes pelaos.
Sonriendo y de pie, siempre parao. Las desgracias hacen fuerte al sentimiento, se
asimila cada golpe que he aguantao’…”

Le contaba a mi amiga en la
noche de esa responsabilidad que sentí. Y me contestó que “es un panorama muy
complejo. Lo mejor que se puede hacer para cambiar el mundo es usar el modelaje
y enseñarle a la gente que sí, es tu responsabilidad, es responsabilidad de
todos nosotros. Hace falta que la gente se involucre, aunque sea un chispito.”
Y hablando un rato concluimos: ¿cómo? Dona tiempo, dona libros, ofrece espacios
para que grupos den talleres, ayuda a conseguir equipos y materiales. Como dice
mi amiga, “haz lo que sabes hacer”. La más mínima tontería, ayuda. Incluso la
maestra tuvo la idea de que se les podía hacer una mochilita para fin del curso
de verano, que incluyera un libro, una muda de ropa y unas cuantas cosas más.
Pero no, para eso no hay dinero. Y se fueron sin su mochilita.
Es frustrante, la verdad. Volviendo
a la charla, al terminar los niños me pidieron el número de la compañía,
¡quieren hacer teatro! Les dije que tendremos audiciones en agosto para una
competencia de monólogos, y que si llamaban y decían el nombre de la escuela
del campamento les daríamos una beca. Sí, los becaré a todos si llaman. Pero
muy dentro de mi pensé que quienes deben llamar y llevarlos a la audición son
sus padres y encargados. Esos niños apenas van peinados, bien vestidos y
arreglados a clase. Esos padres o encargados no van a llamar, pensé. Y sentí un
dolor profundo. Aún así les di el teléfono y toda nuestra información de
contacto.
Me despidieron efusivamente y se
dispusieron a merendar. Me quedé unos minutos hablando con la maestra. “Misi,
tengo hambre”, dijo una niña con el cabello agarrado en dos rabitos. “Toma de mis
galletas”, le contestó otra. “Es que los mandan sin meriendas”, me explicó la
maestra. “Y a nosotros no nos dan presupuesto para traerles nada. A penas llega
el almuerzo, a veces tarde y lo que haya”, me contó. El viernes pasado los
propios maestros hicieron una colecta y les compraron pizza. Muchos nunca
habían comido pizza, ni han ido al cine, ni saben lo que es Chilli’s, ni jamás
han sentido la arena de la playa bajo sus pies. Viven en el anonimato, con
miedo a que les vuelvan a hacer daño.

Ese día, en aquella charla,
ellos no querían que me fuera, me decían “te quiero”, me abrazaron hasta que me
tuve que ir ya porque necesitaba llegar a mi carro y llorar. Lloré de
impotencia. El sistema los tiene ahí en esa escuela, haciendo nada. Muchos
obligados por sus encargados porque no quieren bregar con ellos en verano. No
les dan dinero para materiales ni ayudas… y probablemente detrás de este
“proyecto” debe haber una compañía de esas “tutorías” haciéndose ricos con los
fondos públicos que tú y yo pagamos. Mientras, esos niños buscan amor y
atención hasta de los extraños que les muestren un poco de compasión y de las
figuras que tienen como ejemplo en estos momentos. Como esa maestra que me
llamó. Ella me asegura “somos voces no escuchadas, somos los que trabajamos con
los niños y no nos escuchan.” Aunque quieran hacer más, tienen las manos
atadas.

Al día siguiente hablé con la
maestra nuevamente. Me contó que los niños habían quedado impactados por mi
visita y que dijeron que yo era “bien linda y que parecía una mamá pero jovencita”.
Y que hicieron una promesa después que yo me fui: que leerían más y que
cambiarían la historia de su vida caminando sobre sus pies bien dirigidos y
bien enfocados.
De ese día sólo me quedan las
fotos. Ese “selfie” con la niña de los ojos color café, un grupo de niños
apuntándome con sus deditos, y los pies… ay los pies que los llevarán por la
vida.
Guardaré esas fotos como
recuerdo del sufrimiento de los niños por un sistema corrupto y deficiente. Mientras,
canto con Blades: “Aunque me haya equivocao, aunque me hayan señalao, yo sigo
parao, corriendo y de pie. Vivo parao, dando gracias por las cosas que la ruta
me he encontrao, sigo parao. Siempre parao.”
Fotos tomadas de Google y algunas tomadas en la charla.Video de Rubén Blades tomado de YouTube.