viernes, 22 de junio de 2012

Atención para las criaturas llamadas niños


El que me conoce sabe que soy un poco Grinch para los niños de otros. Estoy segura que no tendré problemas con los míos propios pues mi retortijón no es con el hecho de que sean niños es con el hecho de que me tengo que chupar lo mal criados que están pues los padres viven en la nube de valencia.

Hace unos meses estaba yo en un establecimiento de helados haciendo la fila muy tranquila salibando por la delicia que estaba por pedir. Entonces llegó una familia con dos monstruosidades de criaturas. Enseguida, el padre se sentó en una esquina del local a bregar con su teléfono y la madre se paró detrás de mi, muy entacá y con el celular en mano también. La niña, que no podía tener más de 3 años corría desenfrenada por el local, y el varón de unos 7 años se trepaba por las sillas ante los ojos ignorantes de los padres. La niña jugó con el zafacón, el niño se tiró por el piso y ambos corrieron dentro y fuera del local con gritos ultrasónicos que solo los perros podían ya identificar. Y a todo esto, la madre, si expresó un “no, eso no” con voz nasal y por compromiso, fue mucho. Pero, al esto ser un establecimiento de helados, pecadora yo que me atreví a entrar a mi propio riesgo.

Lo que sí nunca voy a poder entender son los padres que llevan a bebes recién nacidos o niños muy chiquilines a películas de legiones, demonios y sangre. Las tripas se me revuelcan cada vez que empiezan uno de esos carajitos a llorar a mitad de película. Y los padres a sabiendas de que mucha gente encojoná viendo películas de asesinatos podrían tomar ideas y represalias.

Y qué me dicen de los que entienden pertinente llevar a sus niños a restaurantes de comida gourmet. ¿Qué carajo se va a comer un niño de 6 años en el restaurante francés la Boulangerie? ¡Y como joden en el proceso sin tocar la fucking comida! Siempre que me pasa esto tengo un flash back de una escena de Sex and the City y me siento Samantha, hasta Miranda!

Pero la mayoría están ahora sedados por los aparatos electrónicos, fantasías y matanzas disfrazadas de juegos. ¿Cómo es posible que un menor tenga permiso para jugar game boy, o como sea que se llamen ahora, con el tema de la mafia, donde el fin del juego es quién vende más drogas y matan a más gente en el proceso?

¿De qué coño se queja entonces la sociedad, ‘que si tantos jóvenes cometiendo crímenes’ que si ocho cuartos? Pues si los aparatitos esos los están entrenando ya para ser guerrilleros en nuestras calles. Cuando agarran un arma de verdad en sus manos han sabido usarla virtualmente através de un palito controlador.

Hace poco una estudiante mía estaba haciendo un trabajo fotográfico de un tema parecido con sus hermanitos y quiso retratarles corriendo bicicleta y trepando árboles. Nunca imaginó que fuese tan difícil pues ninguno de los dos sabía correr bicicleta. Ehhh…. ¿En serio?

Su madre le decía a mi estudiante que como la calle estaba tan mala ella prefería mantener a los niños jugando adentro. ¿Y que habrá pasado con los libros de colorear, libretas en blanco para escribir historias y bloques en madera para construir castillos?

¿Será que le están dejando la crianza de los niños a las cajitas aparáticas estas? ¿Será que a algunos padres les faltan ganas de envolverse, de preguntar, de intervenir?

Tuve un estudiante de 11 años hace tiempo en un taller de teatro que dí que me llegaba medicado porque supuestamente padecía de ADD, o déficit de atención. El niño se me escondía debajo de las sillas, me decía que escuchaba voces, me llegaba sucio y despeinado. Definitivamente tenía falta de atención, pero no era su culpa. ¡Hello!

Déficit significa carencia. Si un niño tiene “Déficit de atención”, no necesita una pastilla, necesita de aquello de lo que carece: atención y nada más. Siemple y sencillo mi querido Watson. No obstante mi abuela diría que lo que le hace falta es un buen chancletazo, pero yo recurriría a la violencia boricua como última opción.

Se está criando a una generación de niños con conocimientos e inteligencia para la tecnología que ninguno de nosotros tuvimos cuando nos criamos con canicas, bicicletas, juegos con mangueras, con fango y Jengas. No podemos menospreciar ese hecho, son mucho más inteligentes de lo que se les da el crédito y si no se les brinda esa atención que necesitan continuarán gritando, golpeando puertas, jugando con zafacones y trepando sillas mientras los padres chequean su Facebook o leen el periódico. Y los desafortunados que les toque estar cerca, que se jodan.

Peor aún, como copian todo lo que ven, tendremos más niñas pariendo niñas, más niños probando el alcohol y fumando marihuana antes de saber guiar, más pre adolescentes jugando a ser mujer, pareja, amante. Porque eso es lo que ven en las casas, en las novelas, en los juegos de video. Y qué podemos esperar cuando una mai’ en medio rolos y medio dubi, con las licras 3 sizes más pequeños, la camisa revelando los chichos y enchancletá anda hablando por celular con su niño de la mano y su conversación empieza: “dile a la pendeja esa que me hable de frente porque esa cabrona sabe que él fue mío primero. Y que me diga lo contrario para que vea como le meto las manos”. (True Story, yo lo presencié afuera de una farmacia)

Pero como dentro de toda tragedia tiene que haber una epifanía, dentro de mi estado grinchístico normal, ayer tuve uno de esos momento en los que al grinch se le ablanda el corazón. Salí de mi apartamento y me encontré con que los niños del lugar habían estado jugando en la calle frente al edificio con tizas, escribiendo, dibujando y jugando equis cerito en el pavimento. 



Tuve un flash back, yo también me empolvé de tiza y me embarré de brea dibujando en la calle. Una noche en que un grupo de niños decidió no estar pegados a los controles y pantallas y salieron a la calle a pintar. That has to count for something.

Y entonces tuve fe, esperanza de que no todos los niños que están creciendo son criaturas de las calderas más remotas y que es posible que aun no esté todo perdido, si es que los padres aprenden a prestarles atención.

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